martes, abril 01, 2008

EL CAMINO(VII)-ARZÚA-SANTIAGO DE COMPOSTELA 38 KM



l resto del camino se hace, ya con la esperanza de terminar el último escollo y casi dando gracias de no haber sufrido ninguna lesión de importancia que hubiera fustrado el gozo de acabar esta hazaña que tanto significado tiene para todos nosotros y sobre todo cuando se toca con la punta de los dedos el final de la ruta jacobea, tan estudiada, tan deseada y con tantas ilusiones.

A los 26 km del final, se llega a Lavacolla, junto al actual aeropuerto de Santiago, donde los antiguos peregrinos, ansiosos ya de entrar en la ciudad del Apóstol, hacían un alto para practicar abluciones en el rio Lavacolla, asi llamado "porque en un paraje frondoso por el que pasa, a pocos kilómetros de Santiago,los peregrinos franceses que se dirigían a Santiago, se quitaban la ropa y, por amor al Apóstol, solían lavarse no sólo sus miembros viriles, sino la suciedad de todo el cuerpo", según el Codex Calistinus. Lo cual no dejaba de ser un acto heroico pues le tenían más miedo al agua que a los moros o a los normandos. Este rito higiénico se mantuvo al menos hasta el siglo XVII.

Respecto a mi paso por esta zona de Lavacolla, puedo decir, que pasé dos riachuelos, uno de ellos debía ser el que menciono, pero a decir verdad me lo esperaba más caudaloso, ignorándolo por lo anteriormente mencionado y cuando llegué al Monte de Gozo, lamenté no haber puesto en práctica el rito del lavado, aunque determinadas partes por supuesto que hubieran quedado exentas de tan singular tradición.
Cuando las fuerzas parecen flaquear, después de casi 30 km andando, se observa a lo lejos el Monte del Gozo, desde cuya cima, se divisa por primera vez las torres compostelanas, sólo los que han llegado a la meta a base de sudores y penalidades, apreciarán suficientemente la intensa satisfación experimentada durante un milenio por tantos cientos de miles o millones de peregrinos de todas las tierras y latitudes al pisar, por fin, la ciudad del Apóstol. Ni que decir tiene que el nombre que luce el monte, es el más idóneo pues es realmetne un gozo divisar la ciudad, no sin reconocer, que se empieza a acumular un cierto grado de nostalgia, porque ya se vislumbra el final, a pesar de las penalidades, en mi caso temía de alguna forma que se acabase el camino, porque dejaría de sentir y de emborracharme de tanta belleza, la que te proporciona el paisaje y los monumentos y también la que te facilita la soledad.
El útimo sello del final de la última etapa, cae sobre la credencial poniendo fin a esta travesía, y con esto, nos reconocían por medio de la Compostela que había logrado nuestro objetivo.
Parece que a partir de aqui, ya nada pesa, ya no exíste el cansancio y tan sólo queda visitar el sepulcro del Apóstol y toda la riqueza arquitectónica que nos brinda la catedral de Santiago y su entorno.
Nelson