domingo, noviembre 05, 2006

32.000 MUERTOS EN EL TERREMOTO DE LISBOA

ue una de las mayores catástrofes de la Historia, comparable a laerupción del Vesubio sobre Pompeya. En medio del Siglo de las Luces, los elementos se desataron y se tragaron la capital portuguesa cuando gobernaba el ilustrado marqués de Pombal. El terremoto, de una intensidad desconocida hasta la fecha, se cobró más de 32.000 vidas.
LISBOA ERA EL 1 DE NOVIEMBR.E DE 1755, Día de Todos los Santos, un gigantesco montón de escombros en el que reinaban la desolación, el dolor y la muerte. Un terremoto de intensidad desconocida hasta la fecha había reducido la ciudad a un informe conglomerado de materiales de construcción convertidos, en un horizonte enrojecido por el crepúsculo, en un caótico amontonamiento de cascotes, piedras rotas y maderas astilladas.
Bajo ellas yacían los cadáveres de unas 32.000 personas, una gran parte de la población lisboeta. Muy poca gente resultó completamente ilesa. Quienes perdieron su hogar y no habían sufrido heridas de gravedad vagaban como fantasmas andrajosos entre las ruinas ásperas de lo que fue una urbe bella y próspera.
Otras personas, heridas o no, permanecían inmóviles, paralizadas por el estupor, sobre cordilleras inestables de tejados hechos añicos y muros fragmentados. En la mayor parte de Lisboa no había casas, no había calles. Las ruinas, según su ubicación, estaban polvorientas o todavía húmedas, porque el maremoto que sucedió al seísmo causó también incontables estragos.
Y además, la marca del fuego. El terremoto que azotó a la capital lusa provocó numerosos incendios en diversos puntos de la ciudad. Muchas de las edificaciones que resistieron el temblor de tierra se derrumbaron posteriormente, calcinadas, como consecuencia del devorador apetito de las llamas.
No ERA ÉSTA LA PRIMERA VEZ que la capital portuguesa sufría movimientos telúricos de importante consideración. Pero todos los seísmos anteriores a 1755 parecían un ensayo del desastre que entonces la asoló. Para algunos devotos, de religiosidad exacerbada por el horror, se trataba de avisos del cielo, registrados en la Tierra, que desembocaron en un gesto final de destructora cólera divina.
Lisboa no era Sodoma ni Gomorra, pero su creciente papel de puerto de enlace entre Europa y América,entre Europa y África, había engendrado en ella crecientes pecados capitales, especialmente de avaricia y lujuria. El comercio floreciente con ultramar estaba convirtiendo a la ciudad en un volcán de intrigas, fortunas y apetitos que contaminaban su pureza y atentaban contra su hermosura.
La riqueza, la ambición y el aluvión de personas de todas las latitudes que habían llegado a Lisboa en busca de la prosperidad económica habían creado en numerosas zonas un desordenado crecimiento urbano. Calles estrechas y construcciones a menudo endebles contribuyeron a acrecentar la magnitud de la catástrofe.
LA TIERRA AGRIETADA, el mar desencadenado y el fuego ávido se cebaron en un escenario propicio al desastre. El centro de la capital portuguesa quedó prácticamente destruido. De esta parte de la urbe, únicamente, y por razones caprichosas de los elementos desatados, el Barrio Alto escapó indemne. Los barrios viejos (Alfama, Mouraria, Xábregas y La Madre deDios) sufrieron cuantiosos daños.
En una estimación oficiosa, se calcula que unos 10.000 edificios quedaron total o parcialmente destruidos. Quienes sostienen la teoría de un Dios indiscriminadamente iracundo señalan que el terremoto tampoco respetó a las iglesias, la mayoría de las cuales yacían con las piedras de sus torres y bóvedas mezcladas con las de sus cimientos y sótanos. Estaban llenas de fieles que asistían a las celebraciones del día de Todos los Santos, por lo que el número de víctimas resultó elevadísimo.
El primer ministro del rey José I, el ilustrado Marqués de Pombal, artífice de la modernización del aparato del Estado e impulsor de la actividad mercantil y las relaciones comerciales portuguesas, se comprometió a reconstruir la ciudad, pero bajo un diseño urbanístico diferente.
La vieja Lisboa de edificios hacinados, presa fácil de los desastres naturales, iba a pasar a la Historia. El nuevo trazado se iba a fijar, a partir de 1755, de acuerdo con las lineas de un tablero de ajedrez. Una nueva Lisboa surgirá de los escombros, el polvo, el barro y la ceniza dejados por aquel inolvidable terremoto.
Carlos Toro