sábado, septiembre 16, 2006

ODISEA DE UN PRISIONERO EN FILIPINAS

INTRODUCCION.

finales de Agosto de 1896, estallaba la insurrección en las Filipinas . El Capitán General del Archipiélago se vió obligado a solicitar con carácter urgente al Gobierno tropas peninsulares, ante la gran desproporción existente de tropa índigena en relación con la europea con la consiguiente desconfianza y el peligro que representaba. Un mes después llegaban los primeros auxilios de España; el primero en llegar fue el 1er. Batallón Expedicionario de Infantería de Marina y posteriormente fueron llegando más refuerzos.
A finales de año el General Polavieja, iniciaba la tarea de pacificación al frente de unos 30.000 hombres aproximadamente del Ejército de Tierra y de Marina. Pero la carencia de medios y la negativa del Gobierno a enviar más tropas que apoyaran los primeros éxitos conseguidos, le movieron a presentar su dimisión en abril de 1.897, siendo sustituido por el General Primo de Rivera, quien recuperó Cavite en poder de los rebeldes y tuvo que acordar la paz por imposición del Gobierno.
En abril de 1.898, llegaba a las Filipinas el que había de ser su último Capitán General, Augustin, el cual hubo de enfrentarse a nuevas sublevaciones encabezadas por Aguinaldo que contaba con la ayuda del Gobierno Norteamericano . Dos semanas después de su llegada, el 23 de abril, España entraba en guerra con los Estados Unidos.
Se sabía, por parte de las autoridades competentes que nuestra Marina y el Ejército de Tierra iban al holocausto; todo lo que se pretendió salvar en aquellos momentos fue el honor, y poco más podía intentarse, dados los escasos efectivos militares existentes y la situación de abandono en que se encontraban las Fuerzas Armadas Españolas.
El primero de mayo, se encuentran las escuadras Española y Norteamericana en la bahía de Manila; la superioridad Norteamericana es manifiesta y la escuadra Española es puesta fuera de combate.
Al día siguiente se rendía el Arsenal de Cavite después de un intenso bombardeo naval y el día tres la Plaza. En el resto de las islas, el General Augustin intentó resistir, pero los Norteamericanos desembarcaron Fuerzas muy numerosas y ayudados por los insurrectos tomaron la isla de Luzón, apresando a más de 3.000 españoles y amenazando Manila, intimando a la rendición de ésta. El 17 de agosto, la capital es bombardeada por la escuadra Norteamericana, capitulando y firmando la rendición el General Jáudenes.
El tratado de París en diciembre de 1898, pondría oficialmente punto final a la guerra, no obstante, algunas unidades españolas que se encontraban aisladas continuaron resistiendo ante los tagalos, como los sitiados en Baler (Luzón), que aguantaron hasta el 2 de junio de 1899. En los artículos 5º, 6º y 7º del Tratado, se comprometían los Norteamericanos a transportar a la península a los soldados españoles hechos prisioneros en Manila.
Durante todo el año 1899 y primer semestre de 1900, fueron llegando a España, en su mayoría en buques de la Compañía Trasatlántica, cientos de soldados, parte de ellos enfermos y heridos; muchos habían pasado por la triste situación de ser prisioneros.
La historia que se relata a continuación que fué muy comentada en su época, apareció en una publicación interna de la Infantería de Marina y nos cuenta las vicisitudes de un Infante de Marina; su entrada en filas y posteriores destinos en el Arsenal de la Carraca, Cuartel de S. Carlos, Filipinas y por fin su regreso a España después de haber estado cerca de dos años, prisionero de los tagalos insurrectos.
Mi entrada en el servicio.
El día 22 de Septiembre del año 1895, entré en quinta, sacando el número 1251, número para no venir al servicio si no hubiese sido por la guerra; pero a los tres meses, me tuve que presentar para la escoja, siendo escojido para el Real Cuerpo de Infantería de Marina.
El día siete del citado mes de Noviembre, por la noche, llegué al Cuartel de San Carlos, donde se encontraba un Batallón dispuesto para salir para Cuba. Ocupamos nosotros, los quintos, la planta alta del Cuartel, sin camas, hasta que marchó dicho Batallón, que pasamos a ocupar la planta baja, sitio que tenía el expresado Batallón.
El 22 de Diciembre me dieron de alta de instrucción, y en el mismo día, después de comer el 2º rancho, me destinaron, en unión de 250 más, a la Compañía de Guardias de Arsenales, haciendo la primera guardia en Nochebuena, en la puerta del Arsenal.
En dicha compañía permanecí hasta el 5 de Abril del año 1896, pasando al Cuartel de San Carlos posteriormente para estudiar para Cabo. En 21 de Julio, día del examen, que lo verificamos veintidos aspirantes quedé aprobado, pero sin plaza, porque no había más que ocho vacantes por lo que ascendieron los ocho primeros, y quedamos los restantes, hasta que hubiera plazas, con el galón de Cabo interino, para prestar el servicio como tal Cabo de plaza.
Mi entrada en Filipinas.
El 3 de Septiembre de 1896, me dieron los galones de Cabo 2º, embarcando en dicho día con todo mi Batallón en la bahía de Cádiz en el correo Cataluña, con rumbo a Manila, llegando a dicha capital el día 1º de Octubre del expresado año. A las doce del día desembarcamos, recorriendo todo Manila el Batallón formado hasta llegar al Castillo de Santa Bárbara, sitio donde nos tenía preparada una comida el Batallón de Voluntarios de la mencionada capital. Después de comer, serían las siete y media, embarcamos para Cavite, donde llegamos a las nueve de la noche alojándonos en un local que no tenía utensilios, ni se había limpiado en lo menos un año, pues tenía un palmo de basura.
Mi bautismo de fuego.
Al día siguiente, entramos de guardia en Puerta Baja a relevar a la Artillería de Plaza que marchaba para Manila, y al otro día con todo el Batallón salí para Caridad, donde fué la primera vez que entré en fuego, continuando por Noveleta y Dalaicán, operando hasta el día 6 de Noviembre que, agregado a la 1ª Compañía y en unión de la 4ª del 2º Batallón, pasamos a Iligán de Mindanao, en persecución del Batallón Disciplinario que se había sublevado.
Entré de guardia en el Heliógrafo, hasta las cuatro de la mañana del día siguiente, que me relevaron para ir de convoy con mi Compañía al Fuerte de las Piedras, continuando en dicho punto prestando los servicios de convoy descubierta, protección de trabajos, guardias y avanzadas.
En uno de los convoyes que hicimos, nos atacaron los moros en la cuesta de Aparicio, matándonos un soldado y haciéndonos tres heridos. Una inundación que nos sorprendió otro día, puso en peligro nuestras vidas, pues el agua nos llegaba hasta la boca.
Después de esto, destinaron a mi compañía a Joló, a la Laguna de Lanao, y durante el camino, que tardamos dos días en recorrer, atacaron los moros al convoy y tuvimos que retroceder para poder hacerles fuego, pudiendo así contenerlos y causarles dos bajas que resultaron muertos.
El combate naval de Cavite.- La Infantería de Marina impidiendo el desembarco de los americanos.
Nos relevaron los Cazadores del Ejército de Tierra y regresamos a Cavite, continuando en dicho punto prestando los servicios de campaña.
El 1º de Mayo de 1898, fué el combate naval con la escuadra americana y la pérdida de la española, ocupando mi compañía las murallas para impedir el desembarco enemigo, y en dichas murallas sostuvimos nosotros el rudo bombardeo hasta que izaron bandera de parlamento en el Arsenal, pasando nosotros al cuartel hasta el día siguiente que lo abandonamos .
Emprendimos la marcha para el pueblo de San Francisco de Malabón, donde llegamos a las once de la noche .
Como caimos prisioneros.
Continuamos en el mencionado pueblo hasta el 26 del mismo mes, que salimos a hacer una descubierta al mando del Comandante del cuerpo D. Fulgencio de Pazos; apenas llegamos a la sementera del pueblo antes dicho, una fuerte partida de insurrectos nos salió al encuentro, teniendo por tal motivo tres horas de fuego con ellos; pero como nosotros éramos dos compañías y una era de naturales del país, se pasaron los soldados de ésta al bando contrario, y nos quedamos los españoles reducidos a uno por cada ciento de ellos. A las tres horas de fuego, consumidas todas las municiones tuvimos por fuerza que entregarnos prisioneros de guerra, después de una resistencia desesperada.
Combate de Noveleta:
A los tres días de estar prisioneros en dicha sementera, nos llevaron a Noveleta para embarcarnos y conducirnos a Cavite; pero pasamos toda la noche sin poder embarcar, porque el fuego de las fuerzas españolas que estaban en las trincheras de Noveleta lo impedían, y resistimos el fuego de los nuestros toda la noche, costándole la vida a muchos infelices, por ignorar sin duda los nuestros que nosotros estábamos en aquel sitio.
Mi calvario:
Al amanecer del día siguiente fueron embarcados para Cavite casi todos los prisioneros; y yo, por no abandonar a mi capitán que estaba gravemente herido, estuve hasta última hora resistiendo el fuego que desesperadamente nos hacían.
Por fin quiso Dios que llegara a Cavite. Los heridos pasaron al Hospital, y de los restantes, los soldados al Cuartel de Santo Domingo, las clases al presidio y los Jefes y Oficiales al Convento.
Nos daban para comer un poco de arroz que apestaba a perro podrido, y como es consiguiente, empezamos a ponernos enfermos; raro era el día que no morían de seis a siete individuos. En esta situación estuvimos un mes. Los americanos se querían apoderar de nosotros, pero los tagalos nos embarcaron nuevamente y nos llevaron a Bulacán después de dos días sin comer, y entonces nos dieron un poquito de arroz que nos dejó casi con tanta hambre como antes. Al día siguiente, sin comer, emprendimos viaje a San Ildefonso.
Esclavo de un negro.
En cada pueblo que llegábamos se quedaban aquellos que los vecinos escogían para tenerlos en sus casas en calidad de esclavos ; fuí escogido como esclavo por un tío más negro que el azabache, horriblemente feo y muy corpulento, el cual, como no quise obedecerle e irme con él, me llevó a la fuerza. Llegué a su casa y no podía entrar en ella de pie, tuve que agacharme para poder pasar por la puerta; apenas su familia me vió, como también los vecinos, se agruparon todos para verme mejor, haciendo enseguida comentarios mil, los cuales yo no entendía.
Me pusieron un plato de arroz cocido, un plátano, una panocha de azúcar y un vaso de leche de caraballa para que comiera; yo estaba desmayado, no me hice rogar ni mucho menos, y mientras tanto ellos, con el más grande regocijo contemplaban al "Castilla" comiendo "morisqueta" .
La hija del Alcalde.
Al día siguiente me llevó mi amo al campo y me enseñó un arado, y me preguntó que si sabía arar, le dije que no, a lo que replicó que ya aprendería. Un día fuí con su permiso al pueblo a la casa del alcalde, casa donde estaba sirviendo mi paisano Rafael Garrido, natural de Moguer. Conocí a la hija del alcalde y le conté lo que me estaba ocurriendo, entonces me dijo que me esperara hasta que viniera su padre para suplicarle que quedara en su casa con mi paisano, y así se hizo; pero el negro, viendo que yo no volvía, fué a casa del alcalde para darle cuenta de que el "Castilla", se le había perdido; en el momento de entrar me vió y cogiéndome de la mano me quería llevar a su casa, pero la hija del alcalde le dijo que esperara a que su padre viniera; seguidamente llegó éste, que enterado de lo sucedido y de que su hija quería que yo me quedara en su casa, dió su consentimiento contra la voluntad del negro, que se marchó gruñendo.
Cambio de amo.
En casa del alcalde estuvimos dos meses perfectamente, pero era porque ellos creían que España llegaría a mandar barcos y gente para rescatarnos ; pero cuando se convencieron de que España no daba señales de vida , empezamos a pasar fatigas, pues pusieron a Rafael a acarrear agua y al frente de una venta llamada del Palaés y a mí a cuidar dos caballos.
Al poco tiempo cayó enfermo Rafael y lo mandaron al tribunal porque no podía trabajar y quedé solo haciendo el trabajo de los dos, hasta que trajeron a José Ruiz y Ruiz y entonces me dejaron a mí los caballos y la venta del Palaés. Aquella tarde decidimos escaparnos y huímos pero al rato fuimos presos por los vecinos y trasladados al acuartelamiento Tagalo.
Sentenciado a muerte.
Al día siguiente, escoltado por cuatro soldados y un sargento, salimos a las afueras del pueblo para ser fusilados; en aquel momento pasaba por aquel sitio uno de sus generales, y al enterarse del atropello que iban a cometer, le dijo al alcalde, que como llevara a efecto semejante injusticia, esperara el castigo que Aguinaldo le pusiera.
El alcalde, no sabiendo ya que hacer con nosotros si fusilarnos o no, nos puso cinco veces de rodillas, hasta que por fin decidió no fusilarnos, pero si el darnos una fuerte paliza, y entonces mandó llamar a todos los españoles prisioneros para que presenciaran la paliza. Al poco tiempo de esto se reunieron en aquel sitio todos los españoles y casi todo el vecindario del pueblo.
El banco.
Una vez reunido todo el pueblo dijo el alcalde en alta voz: Aquí teneis a estos dos criminales, se fugaron y los han cogido en los barrios de Angelu; por mi parte quiero fusilarlos, pero ustedes, como españoles, dirán el castigo que se les impondrá; todos permanecieron en silencio, menos José Rivero, cabo de mar, que dijo: Yo, por mi parte, que se le pegue 20 palos y 20 días de trabajo y que no los fusilen.
Contestando el alcalde. Un español lo ha dicho. Me hicieron ir por un banco, y para echarme al hombro el banco tuvieron que ayudarme, pues yo no podía. Llegué con el banco y me ordenó el sargento que me tendiese encima; le contesté que los españoles no se castigan de esa manera; que al que hace motivo se le fusila, y si no, se le mete en el calabozo, pero nunca encima de un banco; contestándome que ellos no eran como los españoles y por lo tanto que me tendiera; le volví a decir que no, y entonces la emprendió a palos conmigo hasta que tuve que tirarme de golpe encima del banco, donde me dieron los palos donde quisieron. Después le tocó a mi compañero, y el último que se levantaba se lo echaba a cuestas hasta llegar a otra esquina, y era el primero que se ponía en él para recibir los palos. De esta manera corrimos todo el pueblo entre bayonetas, dos a cada costado. Que palos nos darían, que íbamos derramando sangre como si nos hubieran dado de puñaladas, y los tagalos que venían detrás burlándose de nosotros, se marcharon al fin porque les daba pena el vernos.
Recorrimos de esta manera todo el pueblo, y después fuimos al cepo otra vez. Estando en el cepo, llegaron dos tagalos que se habían compadecido de nosotros, y me dijo uno de ellos:
- ¿Tú te quieres venir a mi casa?. Yo te doy de comer hasta que tú puedas marcharte a España con tu familia.
- ¡Ya lo creo!, le contesté.
- Pues, bueno; ahora voy a casa del alcalde y se lo digo.
Se marchó y al poco tiempo llegó diciéndome:
- El alcalde me ha dicho que no, que vas otra vez a su casa.
Justicia.
El alcalde mandó a dos soldados para que escoltados nos llevaran a su casa. Llegamos como el que llega al patíbulo. En cuanto nos vió, se dirigió a nosotros diciéndome:
- Puto ninamós y patay seguro,- y nos entregó una escoba y nos puso a barrer un Platanal. Excuso decir cómo estaríamos barriendo con ocho días sin comer y molidos a fuerza de palos.
Sería al mediodía cuando me llamó el alcalde y me dijo:
- ¿Cómo te marchastes de mi casa cuando llevas diez meses en ella y tenía puesta en tí mi confianza, toda vez que te entregué la llave de mi camarín para que tú te entendieras con la venta del Palaés?.
Contestándole:
- Porque antes de morirme de hambre, quería ver si podía recobrar la libertad y marchar a España.
- ¿Hambre en mi casa?, exclamó.
- Si señor, le dije.
- ¿Y por qué no me lo has dicho antes?.
- Porque yo creí que Vd, lo había dispuesto así. Si me hubiesen dado de comer, nunca me hubiese ido. Llamó a la criada y le dijo que por qué no nos había dado de comer; y contestó ella que sí nos daba; pero antes que terminara de decirlo le advertí que no decía la verdad. Entonces el alcalde la hizo que se tumbara en un banco y le pegó veinticinco palos. Desde aquel día el mismo alcalde se cuidaba de nuestra comida, volviéndome a dar la llave del camarín para que yo me entendiera con la venta del Palaés.
Pidiendo limosna.
A los dos meses nos echaron a todos los españoles fuera del pueblo porque se aproximaban los americanos, y entonces fuí caminando de pueblo en pueblo hasta Vigán, a cuyo punto tardé en llegar cuatro meses. Durante la marcha comíamos lo que las buenas personas nos daban, pues tuvimos que pedir para comer, y en un pueblo daban y en otro no.
En poder de los yankis.
En Vigán estuve hasta que el alcalde mandó echar a todos los españoles, porque tenía noticias de que la escuadra americana estaba próxima a llegar.
Salimos para Banquer, provincia de Iloco; en el camino nos enteramos que la escuadra americana estaba a la vista, y aquella noche volvimos a Vigán, y sin ser vistos de los soldados, nos metimos en un sótano a esperar que los americanos desembarcaran. Pero la escuadra americana sólo hizo unos cuantos disparos y se marchó, y entonces nosotros tuvimos también que marcharnos a la noche siguiente para que no nos vieran los tagalos.
Llegamos a Banquer, donde nos reunimos lo menos mil personas; pero a los pocos días me dijeron que habían publicado un Bando para que en el término de dos horas abandonáramos el pueblo, bajo pena de muerte el que no lo cumplimentara.
Emprendí el camino solo, derecho a Vigán, por la falda del monte, y al llegar a un río que está entre Banquer y Pedrigán, divisé una columna americana.
Me dirigí hacia ella, poniendo en la punta de un palo un trapo blanco; al divisarme los americanos se pusieron todos de pie, pues se encontraban tendidos al lado del río. Se adelantó una sección, y uno montado en un caballo preguntóme seguidamente que yo qué era, a lo que contesté que yo era cabo 1º de Infantería de Marina. Entonces me dijeron que siguiera delante de ellos, y así llegamos a Banquer. Durante el camino no cesaban de presentarse españoles; en el pueblo no había más que el alcalde y con música se presentó al jefe de la columna y le entregó las llaves. Dicha columna hizo alto en el centro de la plaza y en cada bocacalle se destacó una sección.
Enseguida ordenó el jefe que otra sección con algunos españoles subieran al monte para que avisaran a los que estaban escondidos. A la media hora ya estaban todos en el pueblo.
El hambre satisfecha.
Seguidamente nos mandó dicho jefe unas cuantas vacas que le había pedido al alcalde para nosotros; cada uno cojimos un pedazo, que en candela que los mismos americanos encendieron, asamos y comimos. Al día siguiente, el Jefe de la columna nos mandó solos para Vigán y ellos salieron en persecución de los demás. Volvimos a Vigán con el temor de que en el camino nos cogieran otra vez los insurrectos; pero a Dios gracias nadie se metió con nosotros; llegamos a Vigán y nos encontramos que en dicho pueblo estaba una fuerte columna al mando de un general. Tan pronto como nos presentamos al general ordenó que nos dieran de comer, y empezaron por darnos un salmón para cuatro y un puñado de galletas.
¡¡Libres!!.
Al día siguiente nos embarcaron y nos llevaron a Manila, presentándonos a la Embajada Española. Durante el paso por la capital de Manila, para llegar a la embajada, muchas personas que nos veían se echaban a llorar al vernos. Veníamos, con la barba y el pelo, muy largos, y en cueros. Enseguida que llegamos nos pelaron, nos afeitaron y nos vistieron, y en el primer correo que salía para España, que fué el "León XIII", embarcamos, llegando a Barcelona el 15 de Enero de 1900.
Once años hace de estos sucesos.
Muchos de los que regresaron conmigo, soldados del Ejército mientras yo era cabo de Infantería de Marina, hoy son oficiales; y yo, a pesar de los pequeños sufrimientos por la Patria que dejo relatados no he pasado ni espero pasar de sargento segundo.
VICENTE GARCIA CARRIL. Sargento 2º de Infantería de Marina.
LA PRENSA Y OTRAS PUBLICACIONES DE LA EPOCA ANTE LA REPATRIACION DE PRISIONEROS.
Parte del contingente de prisioneros y familias españolas procedentes de Filipinas llegan a España en el primer semestre del siglo. La prensa nacional informa puntualmente, sin embargo, como si no se quisiera hablar más de las penalidades de la guerra, sus informaciones son normalmente de carácter telegráfico y se reducían a unas pocas líneas que concretamente afectaban a nuestro protagonista.
El once de enero de 1900, se publicaba en la prensa Nacional la próxima repatriación de tropas procedentes de Filipinas; la noticia adelantada telegráficamente decía así:
" El vapor LEON XIII conduce 152 jefes y oficiales y sus familias y 1672 individuos del Ejército y Marina, vienen 25 enfermos y 10 heridos. En Barcelona, hácense preparativos para el alojamiento".
En los periódicos de Cádiz se ampliaba la comunicación anterior: "Entre el personal de Marina vienen dos compañías de Infantería de Marina que formaban la Guarnición de las Carolinas".
El día 15 de enero con el título "REPATRIACION", la prensa nacional informaba:
"Llega a Barcelona procedente de Manila, el buque "LEON XIII". En el muelle había numeroso gentío".
El 17 de enero, el Diario de Cádiz detallaba el personal de Marina que había desembarcado:
"Dicen de Barcelona que entre los desembarcados del "LEON XIII" figuran D. Ricardo Castro, capitán de Infantería de Marina, 5 sargentos y 187 cabos y soldados de Barcelona para Cádiz, 6 sargentos y 104 cabos y soldados de marina para Cartagena. 30 Fogoneros, cabos de mar, marineros y maquinistas para Cádiz. También han desembarcado dos compañías de Infantería de marina que guarnecían "Las Carolinas" con sus jefes, los capitanes D. Salvador Cortés y D. Rafael Ríos".
Para tranquilizar a las familias de la provincia de Cádiz, en el Diario de la Capital del día 24 de enero, aparecía la información siguiente:
"Cumplimentando órdenes del Ministro de Marina se han remitido a Barcelona ropa de abrigo para la tropa repatriada de Filipinas".
En general, en los primeros años de siglo se respiraba un ambiente como de olvido de la pesadilla de la guerra, refrescar cosas de ella producían gran tristeza y malestar. Pasados unos diez años de su finalización, es cuando comienzan en revistas y publicaciones civiles y militares a aparecer relatos e informaciones de la contienda pasada , que poco a poco, van siendo sustituidas por otras noticias de actualidad muy preocupantes al acercarse la primera guerra mundial.
RESUMEN DE ESTA HISTORIA.
El comportamiento del personaje de esta historia es ejemplar desde el punto de vista humano y profesional. Responde a las virtudes clásicas del soldado español. En algunos aspectos su forma de actuar denotan la influencia de las enseñanzas de los mandos de Infantería de Marina de aquella época que insistían en todo momento en la alta disciplina, compañerismo, espíritu de sacrificio y de cuerpo etc...
España, a partir de agosto de 1898, prácticamente dejó en manos de tagalos y norteamericanos a miles de soldados que habían caido prisioneros.
El Tratado de París en 1898, acordaba la repatriación de prisioneros, por parte de Norteamérica, sin embargo en el año 1900, todavía seguían llegando tropas procedentes de Filipinas.
En las grandes poblaciones como Manila se pactó la rendición de las tropas españolas y éstas, aunque estuvieron expuestas a todo tipo de atropellos y humillaciones, por parte de los tagalos, realmente fueron hasta cierto punto atendidos por las tropas norteamericanas, llegando a ser repatriadas en un plazo relativamente breve.
No fue así con las tropas que cayeron prisioneras de los tagalos en campo abierto, pues eran torturados, humillados y no se les daba de comer, por lo que muchos fallecían. Los heridos eran prácticamente abandonados y algunos salían adelante, gracias a la ayuda de sus compañeros. El índice de mortalidad fue elevadísimo.
En definitiva el gobierno español no consiguió acelerar la entrega de prisioneros al no contar con la ayuda exterior de otras naciones. Se puede decir que esta ralentización, fue considerada por la población española y la prensa, como un abandono de las tropas españolas por parte del gobierno.
En los primeros meses de la guerra contra Filipinos y Norteamericanos, España prácticamente había perdido todo el archipiélago, sin embargo existía por parte filipina la psicosis de que España volvería con un ejército y la reconquistaría. Mientras estuvo presente la posibilidad de que los españoles pudieran desembarcar, el trato con los prisioneros fue más humano, al alejarse esta posibilidad éste se endureció.
Los norteamericanos atacan el archipiélago Filipino cuando el grueso del ejército expedicionario había regresado a la metrópoli. Posiblemente si estas tropas hubieran permanecido más tiempo en Filipinas el ataque norteamericano no se hubiera producido.
La inteligencia norteamericana apoyada por los insurrectos estuvo en todo momento al día.
Los Estados Unidos ya habían iniciado anteriormente su política de expansión exterior y siguiendo su histórico aprovechamiento de otros estados más débiles militarmente, les llegó el turno a Cuba y a las Filipinas.
El relato del Sargento 2º de Infantería de Marina CARRIL en 1912, protagonista de esta historia, finaliza humildemente manifestando:
"Muchos de los que regresaron conmigo, soldados del ejército mientras yo era cabo de Infantería de marina, hoy son oficiales; y yo, a pesar de los pequeños sufrimientos por la patria no he pasado ni espero pasar de Sargento 2º".
Dentro del cuerpo de Infantería de Marina, los ascensos en todas las épocas han sido ruines, unos pocos han hecho carrera ... y una mayoría han ido a rastras de otros cuerpos y ejércitos que no han tenido en materia de ascensos freno alguno.
En el caso de la guerra de Filipinas tras el repliegue colonial, el ejército quedó compuesto por un exceso de suboficiales, oficiales, jefes y generales que anteriormente habían sido ascendidos. Los mandos que se quedaron cautivos, tuvieron una consideración como si fueran desaparecidos, por lo que cuando éstos llegaron repatriados a la península, ya era tarde para realizar los trámites administrativos, ya que el gobierno había congelado los ascensos.
Los responsables del almirantazgo y del cuerpo, no tuvieron voluntad para resolver estos problemas de unos pocos para poderlos ascender, pues consideraron que había otras necesidades más importantes, dejando en segundo plano los problemas más o menos individuales de unos combatientes que en conciencia merecían ascender.
BIBLIOGRAFIA.
- Dominguez Carlos. Legislación de Marina y ejército 1912.
- Cardona Gabriel. El problema militar en España. Madrid 1990.
- Rivas Fabal José. Historia de la Infantería de Marina Española. Madrid 1970.
- Rodriguez Delgado R. Historia del Real y glorioso cuerpo de Infantería de Marina. 1927.
- Castellanos Escudier A. Los orígenes de la última guerra de emancipación. Cádiz 1995.
- Clavijo Clavijo S. Trayectoria Hospitalaria de la Armada Española. Madrid 1944.
- Diarios de Cádiz años 1898, 1899 y 1900.
- Boletín de la Escuela de Infantería de Marina 1912.
Francisco San Martin de Artiñano

LOS ÚLTIMOS DE FILIPINAS

aler era, en aquella época, un pueblo de 2000 habitantes situado en la Provincia de Nueva Écija, en la costa Este de Filipinas, en una zona montañosa que dificultaba su comunicación con Manila y con el resto de la provincia. Su acceso principal era por mar. En febrero de 1898 llega a Baler el Capitán D. Enrique de Las Morenas, como comandante político-militar del Distrito. Con él llegan 50 soldados del 2º Batallón de Cazadores al mando de los Tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo con el Teniente Médico Rogelio Vigil de Quiñones y tres enfermeros para sustituir a la anterior guarnición. Tenían víveres para cuatro meses, plazo en el que se esperaba relevar la guarnición por otra nueva.
A principios de abril de 1898, estalla la sublevación tagala nuevamente en la provincia. Poco a poco van cayendo los puestos españoles y Baler queda aislada y sin posibilidad de recibir órdenes o comunicaciones militares. Sin embargo los habitantes de Baler mantenían una actividad normal sin síntomas de sublevación.
El 27 de junio el pueblo amaneció despoblado. Ese mismo día desertaron 2 soldados filipinos y uno español. Ante la inminencia del ataque, las tropas se instalaron en la Iglesia que era un edificio de piedra y mampostería situado en una posición defendible. El día 30 de junio, algunos soldados realizan una salida para explorar y encuentran una fuerte resistencia retirándose a la Iglesia. Así comienza el sitio de Baler que se puede dividir en tres etapas.
La primera abarca desde el 30 de junio hasta el 31 de julio de 1898. En esta primera fase los filipinos se dedican a hostigar a las tropas españolas desde lejos, con fuego de fusilería, y a solicitarles la rendición. Aquí se producen las primeras bajas y una deserción.
La segunda fase comprende desde el 31 de julio hasta el 14 de enero de 1899. Las fuerzas sitiadores estaban compuestas por unos 800 filipinos, con 6 cañones.
Teniente Martín Cerezo, siendo General
El mismo día 31 comienza el bombardeo de la Iglesia, sin grandes efectos. El 7 de agosto los filipinos intentan un asalto por sorpresa para incendiar el edificio, colocando una escalera en una zona de poca visibilidad pero son descubiertos por un centinela y rechazados con bastante bajas. Durante este periodo los filipinos habían ido acercando sus trincheras a la posición española hostigándola con fuego de cañón y de fusilería solicitando nuevamente la rendición de la Iglesia en varias ocasiones. Los alimentos escaseaban y las enfermedades causaban varias bajas, entre ellas las del Teniente Alonso, el 18 de octubre y la del Capitán de Las Morenas el 27 de noviembre. Ante la falta de alimentos frescos y por recomendación del Teniente Médico Rogelio Vigil, se decide una salida que efectúan 14 soldados al mando del Cabo José Olivares. Después de deshacer las trincheras Tagalas y provocar su retirada hacia posiciones más alejadas de la Iglesia, queman las casas circundantes a la posición y recogieron cuantas frutas y verduras pudieron. La quema de las viviendas cercanas a la Iglesia permitió abrir la puerta posterior de la misma para facilitar la ventilación del puesto lo que disminuyó los enfermos de beri-beri. En este periodo los filipinos intentan nuevamente la rendición comunicando a los españoles la rendición de Manila y el fin de la guerra hispanoamericana.
Entre el 14 de enero de 1899 y el final del sitio se desarrolla la tercera fase en la que los filipinos solicitan la ayuda de oficiales españoles para convencer a la guarnición del fin de la guerra y de la pérdida de la soberanía española. Varios enviados españoles se entrevistan con el Teniente Martín Cerezo, comunicándoles la retirada española de Filipinas pero, ante la falta de documentos oficiales, la guarnición cree que se trata de impostores. Entretanto, los filipinos intentan tomar varias veces la Iglesia siendo repelidos por las fuerzas españolas. En marzo se recrudecen los bombardeos artilleros, con nula efectividad. La situación en el interior de la Iglesia es casi desesperada. Empiezan a escasear las municiones y las raciones de comida son reducidas al máximo. A petición de las autoridades españolas, un buque estadounidense intenta evacuar a los españoles pero, al hallarse en guerra los filipinos con los Estados Unidos, sus tropas son rechazadas por los tagalos y su buque obligado a retirarse por el fuego de la artillería filipina. En marzo los españoles hicieron otra salida para capturar dos carabaos (búfalos filipinos) que se acercaron a la posición española. Se mejoró algo la situación alimenticia pero las enfermedades continuaban produciendo bajas. Tres soldados intentan desertar pero son arrestados. Uno de ellos lograría huir a los pocos días. El 29 de mayo de 1899, se presenta el Teniente Coronel español Aguilar que solicita al Teniente Martín la rendición indicándole que las Filipinas ya no son españolas y le entrega unos periódicos españoles para confirmar la noticia. El Teniente Martín duda de la veracidad de los mismos y se niega a rendirse. Sin casi alimentos, y siendo imposible mantener la posición por la poca munición que quedaba, la guarnición prepara una salida para romper el cerco e intentar llegar a Manila. El 31 de mayo se distribuyen las últimas municiones y se destruyen los documentos. Por no poder llevar consigo a los dos soldados desertores arrestados, se ordena su fusilamiento de acuerdo con las facultades que el Código Militar concedía a los jefes de plazas sitiadas.
Los supervivientes a su regreso en Barcelona
El 1 de junio de 1899 se hace la primera intentona, que es frustrada por la intensa vigilancia filipina. Mientras se preparaba la salida para el día siguiente, el teniente Martín leyó una noticia en uno de los periódicos que le había dejado el Teniente Coronel Aguilar referida a un amigo suyo, lo que le convenció de que la guerra había terminado y que las Filipinas ya no eran españolas. El día 2 de junio de 1899, un año más tarde del inicio del cerco, se rendía a los filipinos la guarnición de Baler. Treinta y dos hombres, de los cincuenta y siete que iniciaron la defensa, son evacuados hacia España en medio de los honores tributados por los Filipinos y los Estadounidenses. El recibimiento en España sería más tibio.
Durante el cerco murieron tres soldados por disentería, once por beri-beri, dos por fusilamiento, cuatro por fuego enemigo y 5 desertores se pasaron al enemigo. Entre los 32 supervivientes, varios estaban heridos o enfermos.