domingo, marzo 04, 2007

EL ACEBUCHE SINÓNIMO DE DIGNIDAD

nte la situación de despropósitos que vivimos en nuestro país, a raíz de la rendición sin condiciones de un gobierno débil y entregado a las fauces del terrorismo, creo sentir en mi interior aquello que se denominó en tiempos pretéritos el síndrome de Estocolmo.
Jamás podría ver con buenos ojos, cualquier ataque a la justicia ni a la sociedad, y tenía claro que cualquier delincuente, donde mejor se podía “aparcar”, era alejado de la convivencia con las personas decentes hasta tu reinserción.
Pero el síndrome al que mencionaba antes, se suscita a raíz de que los delincuentes que en la actualidad están apartados de nosotros, van atener más dignidad que muchos de los políticos que deambulan por esos pasillos de los pasos perdidos.
Con la excarcelación del sanguinario DeJuana, son precisamente los presos los que van a tomar la bandera de la dignidad, los que nos van a enseñar que aunque entre rejas, tienen honor y posiblemente los que hagan recapacitar al gobierno del atropello que significa la decisión tomada estos días.
“El Acebuche”, quizás sea el germen o el revulsivo, para que una sociedad dormida, en donde todo vale, se ponga en marcha y se manifieste de forma eficaz ante el dolor de una España sometida y ultrajada en manos de unos incompetentes que confunden el derecho a gobernar por “ganar” unas elecciones, y la rendición del estado de derecho.
Es incomprensible, que los ciudadanos llamados decentes, tengamos que recurrir a los delincuentes, para que nos salven de los desmanes que el gobierno nos proporciona, no se entiende, que las cárceles se conviertan en el mayor refugio de la dignidad de un país. La sociedad recurre a vosotros, y aunque sea de soslayo y con las orejas bajas, las voces de un pueblo claman justicia, y si esa justicia tiene que venir a través de personas condenadas, siempre será mejor que aceptar la traición de gobernantes que no se sabe muy bien sus oscuras intenciones o pactos se han fraguado entre bastidores, sin luz ni taquígrafo.
NELSON

NO TENÍAN CUERNOS

os cascos empleados por los vikingos carecían de cuernos.La imagen tradicional que la historia ha legado de ellos pertenece más a la ficción que a la realidad.
CUANDO SE HABLA DE los vikingos todo el mundo piensa en cornudos. No por la infidelidad de las mujeres —poco probable en una sociedad tan tremendamente machista como la suya—, sino por el característico casco con el que la iconografia popular los ha hecho pasar a la Historia. Esta idea es errónea aunque se fundamenta en un ápice de autenticidad. Si bien es verdad que existen cascos adornados con cuernos y se han encontrado algunos en los enterramientos y en las excavaciones arqueológicas, lo cierto es que la mayoría de los yelmos utilizados por los vikingos carecían de cornamenta. Se trataba de unos cascos de forma conoidal fabricados en acero. Solian llevar una protección nasal que también cubría parte de los ojos —como la montura de unas gafas— y algunos adornos. Los grandes señores hacían decorar sus celadas con incrustaciones en oro y plata.

Para su protección, además de los cascos, empleaban unos grandes escudos circulares fabricados en madera y recubiertos de acero, material con el que también confeccionaban sus Cotas de mallas. Las armas más comunes eran las espadas y las hachas. Las espadas se fabricaban con acero y, artesanalmente. El elemento más destacado de éstas era su empuñadura en forma demartillo y perfectamente equilibrada. Las hachas podían ser de una o dos hojas y generalmente, de mango corto, lo que facilitaba, además que pudieran emplearse como armas arrojadizas.

Los ataques se llevaban a cabo de una forma tremendamente rápida, efectiva e inevitable.Se puede decir que el mejor aliado de estos guerreros era el factor sorpresa, elemento común y denominador de todas sus razzias. Se trataba de pillar desprevenido al adversario y que a éste no le diera tiempo a reaccionar. Como los modernos atracadores de bancos, que han estudiado su golpe hasta el más mínimo detalle y son capaces de vaciar las arcas de la entidad en apenas unos segundos, los vikingos llegaban, asaltaban y desaparecían del emplazamiento enemigo antes de que la voz de alarma hubiera siquiera salido de la boca de los vigías.

Durante los combates se producía en la mente de los vikingos un fenómeno que los historiadores han denominado bersek —literalmente, «volverse loco»— y que les hacía afrontar las batallas desde una perspectiva casi suicida e inconsciente. Poseídos por una furia y una ira incontrolable no sentían el dolor de las heridas y el miedo se convertía en su aliado. Seguramente se trataba de una especie de paranoia mental, un trance inconsciente, acrecentado por la concentración previa al combate. Este estado mental no se aprendía, iba en la sangre.
G.B.