orprende hoy que aquella expedición fuese mandada por el propio Emperador y por lo más granado de la nobleza española, portuguesa e italiana y sorprendía entonces, también a las gentes de otra mentalidad distinta a los expedicionarios. Dicen que Jeredín Barbarroja quedó asombrado de que el propio Emperador, dueño de medio mundo, arrostrase los peligros de aquella empresa: la travesía marítima por aguas dominadas por los piratas berberiscos, los calores del verano del Norte de África y el choque con fuerzas más numerosas que las imperiales... No les parecía, sin embargo, una locura a los que participaban en la empresa, porque participaban "en la más grande empresa de la cristiandad”. Los cronistas resaltan el ambiente religioso que se respiraba: el Emperador manda decir misas, visita monasterios, confiesa y comulga varias veces, se encomienda a santos y a la Virgen... Cuentan que navegando hacia Africa se le preguntó a Carlos V quien actuaría como capitán general en las operaciones y el Emperador, señalando un crucifijo, respondió:“Éste, cuyo alférez soy yo".
jueves, febrero 28, 2008
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