uillermo IX, el primer trovador de quien se ha conservado la obra, fue considerado como “enemigo de todo pudor y de toda santidad”. De hecho, fue un mujeriego impenitente y un valeroso guerrero que cabalgaba con el retrato de su amante pintado en el escudo “para tenerla a mi lado en la batalla, igual que ella me tiene a su lado en el lecho”. Con sólo quince años, heredó el ducado de Aquitania en 1086 y lo gobernó hasta su muerte en 1126 entre amores, combates y cruzadas. Su personalidad exuberante se refleja bien en el poemario conservado, una decena de obras que revelan habilidad técnica y variedad de acentos. Guillermo compuso poesías sensuales, quizá incluso directamente obscenas. “Debo montar a dos caballos de raza”, dedara en una canción para sus amigos, revelando tan sólo al final lo que ellos ya intuían, que los dos caballos eran en realidad dos muchachas. Pero su voz sabía ponerse dulce y romántica: “Nuestro amor es como el espino albar que ceñido al árbol, tiembla toda la noche hasta el amanecer, cuando lo inundan los rayos del sol”. Su primera mujer, Ermengarda, se retiró a la abadía de Fontevrault, imitada en esto por la segunda, Filipa, a la que se le unió por último, la hija. Guillermo reaccionó declarándose dispuesto a fundar un convento de prostitutas y a nombrar abadesa a la más guapa. El obispo Pedro le excomulgó en 1114, a pesar de que Guillermo le amenazaba seriamente con su espada desenvainada. Pero ante la muerte, el fogoso duque cantó: “Fui amigo del coraje y del placer pero ahora me alejo de ellos para acercarme de Aquél en quien encuentran la paz los pecadores”.
Totalmente opuesto, lo cual demuestra la complejidad y riqueza del mundo trovadoresco, fue el temperamento de Marcabruno. Sabemos muy poco de sus orígenes, sin duda humildes: ejerció de juglar, quizá con el seudónimo de Panperdut, hasta que Guillermo de Poitiers, hijo de Guillermo IX, lo tomó a su servicio, alrededor del año 1130. Marcabruno criticó agudamente a la sociedad de su tiempo que le parecía corrupta y decadente: atacó tanto a las damas que se dejaban cortejar como a los maridos que engañaban a sus mujeres. En esto, Guillermo le aprobaba puesto que, contrariamente a su padre, concebía la virtud del auténtico caballero en términos morales. Pero no todo el mundo estaba de acuerdo. El trovador Ramón Jordán comparó a Marcabruno con un “predicador de iglesia o de oratorio” y concluía: “No le hace ningún honor hablar mal del acto por el que se nace”. Al morir su protector en 1137, Marcabruno trató de conseguir el favor de Leonor de Aquitania, exaltando las Cruzadas con sus serventesios. Más adelante lo encontramos junto a Alfonso de Castilla y León, dedicado a lanzar diatribas contra los sarracenos y contra el amor carnal, hasta que cayó en desgracia y tuvo que abandonar la corte (1143). Desde ese momento, peregrinó en busca de un nuevo amo, pero no lo encontró y sus huellas se pierden en la nada. Quizá fuera asesinado por orden del señor de Guyena, al que había dedicado una obra. Metiéndose con él, naturalmente.