o cabe duda que el método seguido por Ensenada para aplicar el nuevo impuesto a la renta de las tierras cultivadas reflejaba conocimiento de la psicología de los labradores, de por sí poco inclinados a hacer recuentos optimistas de los beneficios obtenidos.
Al propietario de la tierra se le exigía solamente una declaración de lo evidente de sus parcelas (extensión, calidad de la tierra y tipo de cultivo) y nada más; ni siquiera un cálculo de lo que anualmente venía produciendo. Tras la debida comprobación de las mismas sobre el terreno por parte de los peritos, el resto era labor de oficina asignada a los escribientes. Éstos sabían, porqué de antemano había sido preguntado el Concejo respectivo-mediante un interrogatorio General de 40 preguntas—, con qué periodicidad producían las parcelas (si anualmente o no), qué cantidad de cosecha de los distintos cultivos se solía recoger según las calidades de la tierra del término municipal y a qué precio se estaban vendiendo.
A partir de lo obtenido, ya todo era cuestión de realizar simples operaciones aritméticas, a fin de asignar a cada parcela un producto bruto anual en dinero. El impuesto se aplicaría a la mitad de éste en atención a los gastos realizados.
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