na aparente armonía nunca había logrado ocultar la real animadversión y desconfianza que tradicionalmente habían reinado en las relaciones entre España y Venecia. La permanente idea de afirmar la hegemonía hispana en Italia era el mayor motivo de esta situación de larvado enfrentamiento. Bajo la gobernación de Lerma, las más altas autoridades de la presencia española en la Italia de la época—el duque de Osuna, virrey de Nápoles, el marqués de Villafranca, gobernador del Milanesado, y el marqués de Bedmar, embajador en Venecia— no dejaron de hostigar en todos los órdenes —diplomático y comercial— a una Venecia que apoyaba con calor cualquier levantamiento que se produjera en la península contra los españoles. Llegado el año 1618 y dentro de la mejor línea de las comedias de enredo propias de la época, la diplomacia venecianan ideó una supuesta conjura, destinada a anular la acción de aquellos representantes del odiado poder hispano. Así, uno de los supuestos conjurados denunció ante el Consejo de los Diez la existencia de un plan, organizado por Bedmar, Osuna y Villafranca y realizado por mercenarios franceses y holandeses, que pretendía ocupar los centros vitales de la ciudad, volar el arsenal y proclamar el dominio de España sobre la Serenísima.
Cinco presuntos implicados fueron ejecutados sin juicio previo. Las presiones venecianas consiguieron que lerma retirara de su puesto al embajador Bedmar, considerado el cerebro de la trama. Asimismo, falsos informes enviados a Madrid consiguieron otro triunfo al desprestigiar a Osuna y privarle de su cargo de virrey de Nápoles. Quevedo —máximo responsable de la hacienda napolitana tras haber gestionado muy hábilmente ante Lerma el nombramiento de Osuna como virrey y que por su actuación diplomática había merecido el hábito de Santiago— se vió también arrastrado por el duque en su caída. De regreso en España, la pérdida del favor del Rey le llevaría al destierro en su señorío de la Torre de Juan Abad.
El carácter complejo y secreto de la supuesta trama aportaba sugestivos ingredientes que atraerían sobre ella la atención de novelistas y comediógrafos de capa y espada de amplia difusión popular. Por su parte, el profesor Seco Serrino apuntaría sobre esta cuestión:“Fue todo una trama urdida nuy inteligentemente por la eficaz y nada escrupulosa diplomacia veneciana (...) Con la inculpación de la conspiración, logró Venecia una base concreta para solicitar de Felipe III y del débil gobierno de Lerma -que buscaba a toda costa la paz de Italia— que fueran removidos de sus cargos enemigos tan eficientes y peligrosos. Puede asegurarse que ésta fue la realidad, bien palpable para los que hayan seguido paso a paso, a través de la Historia, las añagazas de toda índole de que siempre se sirvió Venecia para sostener un poderío mucho más aparente que real y casi inexistente en esa época”.
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