ace pocas horas, regresé de Antequera, ciudad enclavada en el centro geográfico de Andalucía y punto neurálgico en tiempos pretéritos que ejercía de enclave entre las dos Andalucías.
Ciudad peleada, defendida, asediada por multitud de civilizaciones que por sus murallas han pasado, no en vano, allí se estableció la Anticaria romana y visigoda, se asentaron también los musulmanes a mediados del siglo VIII y cada uno de ellos, han dejado sus huellas, vestigios y restos que nos ayudan a comprender, la importancia de esta ciudad, de la riqueza de su vega, de sus fértiles campos, elevada a comarca fundamental en la defensa y reconquistada por los castellanos después de cinco meses de asedio en 1410, al mando del Infante Don Fernando, proyectándose posteriormente, la toma de Granada, una vez conquistada la ciudad.
Pero cual ha sido mi sorpresa, al descubrir que el famoso escritor e hispanista al que hacía alusión en un artículo anterior-Washington Irving- se inspiró en su famosa novela “Cuentos de la Alhambra” en los recintos amurallados de esta ciudad sobre los que decía…”Por la mañana temprano, el 4 de mayo, dí un paseo por las ruinas del antiguo castillo moro(de Antequera) que había sido construido asimismo sobre los restos de una fortaleza romana. Desde allí, sentado sobre las ruinas de una torre medio desmoronada, me recreé con un paisaje grande y variado, hermoso por si mismo y repleto de románticos recuerdos históricos; porque me encontraba en el mismo corazón del país famoso por los caballeros encuentros entre moros y cristianos. A mis pies, en el regazo de las colinas, yacía la vieja ciudad guerrera tantas veces mencionada en crónicas y romances”
No en vano, la ciudad, murallas, y sus panorámicas pueden ser motivo de inspiración a cualquier persona mínimamente sensible, sólo basta subir hasta la torre del homenaje, llamada de las Cinco Esquinas o de Papabellotas, para contemplar a lo lejos como si de de un monstruo se tratase salido de las entrañas de la tierra, la Peña de los Enamorados, lugar mítico, santuario y altar de escritores, poetas que desde el siglo XV, ha suscitado episodios amorosos desarrollados en las fronteras de árabes y cristianas, a esto si se le podría llamar Alianza de Civilizaciones, llevada hasta sus últimas consecuencias, lugar que sirvió para que desde sus acantilados, venciera el amor sobre la intransigencia, escenario en el que se han sellado sobre su perfil enigmático miles de promesas de amorosas.
Una vez con pies en tierra firme y dispuestos a seguir disfrutando del abundantísimo patrimonio que nos ofrece la ciudad y a primeras horas de la mañana, es recomendable al viajero, degustar de los famosos molletes que llevan el nombre de la ciudad, cuyo origen , se remonta a 1775 según un acta capitular donde Manuel Esbrí, solicita la autorización para su producción y en la que dice…“se vió un memorial de Manuel Esbrí solicitando licencia para amasar pan francés y molletes con un decreto del señor corregidor e informe de la Diputación de mes. Y en vista de todo acordó la ciudad concederle dicha licencia celándose sobre la buena calidad y peso cabal de ambas especies y señalando a uno y a otro dos cuartos más del precio común del pan, que en el día viene a ser el de 10 cuartos al que deben venderse, así el pan francés como la libra de molletes”osea que lo del mollete no es broma, sino que es algo genuino y cuidado que de alguna forma, también ha servido de estandarte para dar a conocer a esta bellísima ciudad. Ya entrada la mañana, degusten la porra antequerana variedad entre gazpacho y salmorejo, que nos dará energías para seguir nuestro recorrido cultural, sin olvidar como no podía ser de otra forma de disfrutar del “Bienmesabe”, dulce con raíces árabes y romanas, un ejemplo interesante de los resultados gastronómicos de la combinación de culturas, rescatado del olvido hace escasamente pocas décadas, es quizás el postre más significativo de esta tierra, elaborado por manos finas y delicadas de las monjas de los conventos antequeranos, llenan sus calles de aromas a canela, calabaza y a bizcocho recién horneado
Ciudad peleada, defendida, asediada por multitud de civilizaciones que por sus murallas han pasado, no en vano, allí se estableció la Anticaria romana y visigoda, se asentaron también los musulmanes a mediados del siglo VIII y cada uno de ellos, han dejado sus huellas, vestigios y restos que nos ayudan a comprender, la importancia de esta ciudad, de la riqueza de su vega, de sus fértiles campos, elevada a comarca fundamental en la defensa y reconquistada por los castellanos después de cinco meses de asedio en 1410, al mando del Infante Don Fernando, proyectándose posteriormente, la toma de Granada, una vez conquistada la ciudad.
Pero cual ha sido mi sorpresa, al descubrir que el famoso escritor e hispanista al que hacía alusión en un artículo anterior-Washington Irving- se inspiró en su famosa novela “Cuentos de la Alhambra” en los recintos amurallados de esta ciudad sobre los que decía…”Por la mañana temprano, el 4 de mayo, dí un paseo por las ruinas del antiguo castillo moro(de Antequera) que había sido construido asimismo sobre los restos de una fortaleza romana. Desde allí, sentado sobre las ruinas de una torre medio desmoronada, me recreé con un paisaje grande y variado, hermoso por si mismo y repleto de románticos recuerdos históricos; porque me encontraba en el mismo corazón del país famoso por los caballeros encuentros entre moros y cristianos. A mis pies, en el regazo de las colinas, yacía la vieja ciudad guerrera tantas veces mencionada en crónicas y romances”
No en vano, la ciudad, murallas, y sus panorámicas pueden ser motivo de inspiración a cualquier persona mínimamente sensible, sólo basta subir hasta la torre del homenaje, llamada de las Cinco Esquinas o de Papabellotas, para contemplar a lo lejos como si de de un monstruo se tratase salido de las entrañas de la tierra, la Peña de los Enamorados, lugar mítico, santuario y altar de escritores, poetas que desde el siglo XV, ha suscitado episodios amorosos desarrollados en las fronteras de árabes y cristianas, a esto si se le podría llamar Alianza de Civilizaciones, llevada hasta sus últimas consecuencias, lugar que sirvió para que desde sus acantilados, venciera el amor sobre la intransigencia, escenario en el que se han sellado sobre su perfil enigmático miles de promesas de amorosas.
Una vez con pies en tierra firme y dispuestos a seguir disfrutando del abundantísimo patrimonio que nos ofrece la ciudad y a primeras horas de la mañana, es recomendable al viajero, degustar de los famosos molletes que llevan el nombre de la ciudad, cuyo origen , se remonta a 1775 según un acta capitular donde Manuel Esbrí, solicita la autorización para su producción y en la que dice…“se vió un memorial de Manuel Esbrí solicitando licencia para amasar pan francés y molletes con un decreto del señor corregidor e informe de la Diputación de mes. Y en vista de todo acordó la ciudad concederle dicha licencia celándose sobre la buena calidad y peso cabal de ambas especies y señalando a uno y a otro dos cuartos más del precio común del pan, que en el día viene a ser el de 10 cuartos al que deben venderse, así el pan francés como la libra de molletes”osea que lo del mollete no es broma, sino que es algo genuino y cuidado que de alguna forma, también ha servido de estandarte para dar a conocer a esta bellísima ciudad. Ya entrada la mañana, degusten la porra antequerana variedad entre gazpacho y salmorejo, que nos dará energías para seguir nuestro recorrido cultural, sin olvidar como no podía ser de otra forma de disfrutar del “Bienmesabe”, dulce con raíces árabes y romanas, un ejemplo interesante de los resultados gastronómicos de la combinación de culturas, rescatado del olvido hace escasamente pocas décadas, es quizás el postre más significativo de esta tierra, elaborado por manos finas y delicadas de las monjas de los conventos antequeranos, llenan sus calles de aromas a canela, calabaza y a bizcocho recién horneado
No hay comentarios:
Publicar un comentario