domingo, mayo 25, 2008

EL ARTE SOVIÉTICO COMO ARMA

esde los primeros días de la invasión, los cantantes, músicos, bailarines, actores y escritores soviéticos se involucraron plenamente en el esfuerzo bélico. "Sentíamos constantemente que nuestro arte soviético era un arma", dijo un actor, "un arma afilada como una daga. Vivía, brillaba y reconfortaba el corazón".
Los artistas actuaban en bases de entrenamiento, guarniciones, zonas de reposo y hospitales. Un cantante infatigable estableció una marca tras visitar 60 salas de hospital en un mismo día. Y los actores no eran extraños para el frente. Brigadas del Ejército Rojo y de teatro civil visitaban permanentemente las zonas de batalla; había cerca de 1.000 brigadas de este tipo, y en un solo año realizaron 150.000 representaciones.
Los artistas de la línea del frente montaban sus espectáculos donde podían: en trincheras, en camiones, en tiendas y en bosquecilios de abedules. A veces lo hacían bajo el bombardeo enemigo. El director de una compañía recordó haber montado un espectáculo en un granero en el que "los fuertes aplausos acallaban el ruido de los morteros. Dos veces vimos partir a nuestro público a la batalla para continuar dos horas después".
Por lo general, los artistas del frente apenas contaban con una cortina por escenario y unos cuantos instrumentos básicos, fáciles de transportar como violines, banjos, guitarras y acordeones. Sin embargo, los espectáculos estaban llenos de vida y variedad. Durante una representación típica para soldados de infantería del frente de Stalingrado, una brigada teatral de Moscú cantó una balada sobre los cosacos, leyó prosa y poesía rusas, escenificó piezas de comedia e interpretó un baile folclórico húngaro.
Otra compañía, que se hacía llamar los Incursores Felices, se especializaba en mordaces piezas cortas sobre el ministro de Propaganda alemán Joseph Goebbels y las promesas anglo-estadounidenses del segundo frente..., la pieza sobre el segundo frente era particularmente afilada. Entre otros personajes, aparecía un británico que aseguraba una y otra vez a los rusos que los aliados iban a invadir Europa. Pero, hacia el final de la obra, le había crecido una larga barba cana y seguía haciendo promesas.

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