Las dos órdenes tienen el mismo fin —defender la Tierra Santa y respetar los votos religiosos de pobreza, obediencia y castidad— y un modelo organizativo semejante: una minoría de caballeros nobles y una mayoría de criados y sargentos de origen humilde. Todos combaten a caballo, pero los sargentos no poseen el equipo completo del auténtico caballero y por ello se sitúan en segunda fila en el orden de batalla.
Gracias a la generosidad de los donantes, las dos órdenes se convirtieron pronto en dos de los mayores terratenientes del mundo cristiano. Una riqueza que resultará nefasta cuando, tras la caída del Reino de Jerusalén, la orden templaria tenga que replegarse a Occidente. A partir de entonces, tanto sus privilegios y sus riquezas como el comportamiento de estos monjes-soldados, privados de causas que defender y acostumbrados a una vida libertina, serán muy mal vistos por la población. El final del Temple fue igualmente fruto de su propia degeneración y el rey de Francia Felipe el Hermoso sabía que pisaba terreno sólido cuando en 1307 atacó a la orden para apoderarse de sus bienes.
Los Hospitalarios resistieron mejor a la pérdida del Oriente latino. Se replegaron en primer lugar a Chipre a continuación, a Rodas, que transformaron en base de sus operaciones militares en toda la cuenca del Mediterráneo.
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