o resulta posible hoy día defender la idea de que el lslam constituyera una amenaza para Bizancio o que los musulmanes hostigasen a las comunidades cristianas de Oriente Próximo cuando en 1095 el papa Urbano II lanzó su llamamiento por la liberación de los Santos Lugares. A cambio de determinados tributos, los cristianos, igual que los judíos, disfrutaban de una amplia libertad de cultos en las regiones dominadas por el Islam. Y sin embargo, en el curso del siglo Xl, Occidente había retomado la iniciativa frente a un mundo musulmán angustiado por cismas y desgarrado por guerras civiles. En los brotes occidentales del Islam, Sicilia y España, la dominación musulmana sufría duros embates por parte de los conquistadores cristianos, mientras que en Asia Menor, el impulso expansionista de los turcos seleúcidas se había agotado por sí mismo tras la gran victoria de Manzikert, lograda sobre los bizantinos en 1071. Así pues, fue un Oriente dividido, pero también asombrado y sin preparación el que asistió en el verano de 1096 a la invasión de la marea cruzada. De modo que, de camino a Jerusalén, los caballeros francos sufrieron más por el calor, el hambre y el cansancio del viaje que por la resistencia militar opuesta por los emires turcos o árabes.
Pero todo cambia en la primera mitad del siglo XII. El primero en retomar la ofensiva es el gobernador turco de Mosul, Zangi, que en 1144 conquista Edesa, capital de uno de los cuatro principados latinos fundados por los cruzados. Retomada por los cristianos, la ciudad caerá definitivamente en manos turcas en 1146. Sus dos sucesores, Nur al-Din y Salah alDin (Saladíno), tendrán objetivos mucho más ambiciosos: reunir toda Siria bajo un poder unificado, poner fin al régimen chiíta, es decir hereje, del Egipto fatimita y recuperar Jerusalén. Saladino alcanzará esta última meta en 1187, después de aniquilar a las tropas francas en la batalla de Hattina, cerca de Tiberíades. Menos belicosos, sus descendientes, los Ayubíes, aceptaron convivir con los restos de los Estados latinos reforzados, ciertamente, por tropas de refresco llegadas de Occidente con ocasión de la Tercera y sucesivas cruzadas.
Corresponderá al fundador de una nueva dinastía, el sultán mameluco Baibars, lanzar a partir de 1265 la ofensiva final contra los señoríos latinos de Oriente hasta que, con la caída de Acre en 1291, desaparezca el último rastro de presencia franca en Tierra Santa.
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