i helada celda monacal desprovista de cualquier tipo de comodidades, ni riquísimo palacio de un opulento emperador que no se resignaba a dejar de serlo. Ni los defensores ni los detractores de Carlos I, tienen razón sobre esto. El edificio que hizo erigir es una armoniosa construcción de moderado tamaño como palacio, pero suficiente para sus necesidades. Los documentos de la testamentaría nos informan de que en su interior abundaban ricos tapices flamencos, suntuosas alfombras españolas y turcas, buenos muebles, multitud de objetos de plata, una magnífica vajilla... Los acompañaban, sobre todo, valiosas pinturas de maestros como Tiziano y Antonio Moro; espléndidas colecciones de libros —san Agustín, Julio César, Tolomeo, Boecio, las Sagradas Escrituras— y de mapas; los relojes que tanta fascinación ejercieran sobre él desde siempre... Emisarios de Carlos habían recorrido los conventos de España en busca de voces frailunas para formar la capilla musical que sería una de sus postreras delicias. Así, desmintiendo tantas falsas interpretaciones, la estancia en Yuste fue, antes que nada, la acomodada existencia de un magnate dispuesto a seguir disfrutando de los placeres habituales y en ningún caso el ascético destierro de alguien decidido a renunciar voluntariamente a las vanidades del mundo.
domingo, noviembre 11, 2007
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2 comentarios:
¿Qué va a renunciar, si hasta se dice que se llevó a Yuste un maestro cervecero para no prescindir ni de ese placer?
Por otra parte, comprensible.
Un beso, Nelson.
Zinthia
Bueno, lo del maestro cervecero, es algo casi imprescindible, pues no sé que sería de muchos si nos recluyeran en un palacio por muy suntuoso que fuese sin poder tomar ni una simple birra. Besos
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