a última prueba, que no llegó a realizar el submarino, consistía en el cruce del Estrecho en inmersión, desde Algeciras a Ceuta, dejando claro que se haría “a la vista del peñón de Gibraltar”. Eso bastó para encender un clamor popular que anunciaba que la nueva arma secreta sería decisiva para la recuperación del famoso Peñón.
Aquello no lo podía pasar por alto por la Inglaterra victoriana, que había dado buena muestra de lo que era capaz en enero de aquel mismo 1890, año de las pruebas finales del submarino, al humillar a su tradicional y nada peligroso aliado, Portugal, amenazándole con la guerra si persistía en unir sus colonias de Angola y Mozambique en el territorio que luego sería Rodhesia.
La crisis portuguesa hizo temblar el trono de los Braganza ante la amenaza republicana. En España hizo estallar un movimiento de solidaridad, de claros matices republicanos e iberistas, pareciendo por un momento posible la creación de una república ibérica que pudiera refrenar las imposiciones del triunfante mundo anglosajón e incluso recuperar la potencia marítima y colonial de ambas naciones. Y por entonces, el todavía niño Alfonso XIII había estado a las puertas de la muerte por una grave enfermedad.
No es necesario resaltar el decisivo papel que se reservaba al submarino en aquellos cálculos y en las masivas manifestaciones de apoyo a Peral, en las que los vivas al inventor, a su submarino, a la Marina y a España, se entremezclaban con los vítores a la República. Y al lado de Peral solía estar el también teniente de navío Captiles, el reciente héroe popular de las Carolinas, cuando la resolución española pareció imponerse al Imperio Alemán.
Para Cánovas no sólo era suicida enfrentarse con la entonces hegemónica Gran Bretaña, sino que, además, el asunto del submarino y sus derivaciones parecían desestabilizar su obra, la Restauración, y todo por algo que creía una quimera, La elección no pudo ser otra y el propio Sagasta, cuando regresó al poder, no pudo sino arrepentirse de otra de sus peligrosas aventuras y olvidarlo todo.
Fuera, la decisión se valoró inmediatamente, The Times se permitía señalar: “las altas cualidades que distinguen al ministro de Marina de España (... y) la confianza que le inspira (al británico) la gestión del actual Gobierno y especialmente la del vicealmirante Beranguer” (10-XI-90). No se declaraba la razón para tan desusado elogio, pero tampoco hacía falta para que todos entendieran al órgano oficioso del Gobierno británico.
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