spaña, 1648 — Las compañías de flagelantes, de gran vigor en la baja edad media, vuelven a renacer con inusitada efervescencia, debido a la grave crisis económica y social, y a las epidemias que asolan la Península. Esto queda bien patente en el resurgir de los picaos de la cofradía de la Vera Cruz, del pueblo riojano de San Vicente de la Sonsierra, o en la cofradía de San Antonio, fundada en este mismo año.
La actitud sadomasoquista de los flagelantes pretende ser una forma de intercesión ante Dios, para poner fin a las calamidades que se sufren o, al menos, asegurarse una mejor vida tras una muerte que se adivina como muy cercana.
El siglo XVII se inicia con una gran epidemia de peste bubónica, a la que siguen, a mediados y finales de siglo, nuevos brotes, que producen una importante mortandad. A esto se añade el estado de guerra, casi permanente, que vive España, la carestía de precios, el hambre acuciante, el derrumbe de la escasa industria, el paro, etc: un negro panorama, que provoca en el ánimo popular la sensación de sufrir un castigo divino.
Este aspecto de la fugacidad de la vida y el sentimiento de culpabilidad que aparece, propician que se vea en la religión la única solución. Se organizan procesiones, se multiplican las misas y las imágenes de vírgenes y santos, y los más desesperados recurren a la flagelación, casi desaparecida en el s xv, para obtener la ayuda divina. Todas son muestras de una reacción popular, encauzada para que no se dirija contra las clases privilegiadas.
Las compañías de flagelantes, que tienen su origen en los momentos más dramáticos de la edad media en Italia y España, y que habían sido duramente perseguidas por la iglesia, renacen con nuevo vigor. Sólo que, ahora, cuentan con el beneplácito eclesiástico, que busca así controlarlas y evitar sus extralimitaciones.Los flagelantes actúan en fechas determinadas, o al producirse cualquier catástrofe. Salen a recorrer la comarca, los hombres y mujeres ataviados con largas túnicas, mientras se cantan salmos e himnos apocalípticos.
Los cofrades marchan detrás de uno de ellos, que porta una gran cruz o el santo de su devoción, hasta llegar frente a una iglesia. Mientras arrecian los cánticos, los cofrades piden clemencia a Dios, al tiempo que se flagelan para dar fe de su arrepentimiento, entre el recogimiento de los espectadores presentes.
Esta actitud emana de las capas más populares e incultas del pueblo. En contraste con su actitud, otras clases sociales siguen disfrutando de su vida regalada, o los más viven sin preocuparse por los problemas trascendentales.
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