LAS ESTATUAS que con más exactitud representan la imagen de su cuerpo son las de Lisipo, que era el único por quien Alejandro quería ser retratado; porque este artista figuró con la mayor viveza aquella ligera inclinación del cuello al lado izquierdo y aquella flexibilidad de ojos que con tanto cuidado procuraron imitar después muchos de sus sucesores y de sus amigos. Apeles, al pintarle con el rayo, no imitó bien el color, porque lo hizo más moreno y encendido, siendo blanco, según dicen, con una blancura sonrosada, principalmente en el pecho y en el rostro. Su cutis respiraba fragancia, y su boca y su carne toda despedian el mejor olor, el que penetraba su ropa, si hemos de creer lo que leemos en los Comentarios de Aristóxeno (filósofo y teórico de la música que fue alumno de Aristóteles). La causa podia ser la complexión de su cuerpo, que era ardiente y fogosa, porque el buen olor nace de la cocción de los humores por medio del calor, según opinión de Teofrasto (sucesor de Aristóteles en la escuela peripatética). Por lo cual los lugares secos y ardientes de la tierra son los que producen en mayor cantidad los más suaves aromas; y es que el sol disipa la humedad de la superficie de los cuerpos, que es la materia de toda corrupción; y a Alejandro, lo hizo, según parece, bebedor y de grandes alientos. Siendo todavía muy joven se manifestó ya su continencia, pues con ser para todo lo demás arrojado y vehemente, en cuanto a los placeres corporales era poco sensible y los usaba con gran sobriedad; por el contrario, el amor a la gloria se manifestaba ya en él con una osadía y una magnanimidad muy superiores a sus años. Porque no toda gloria le agradaba ni todos los principios de ella, como a Filipo, que, cual si fuera un sofista, hacía gala de saber hablar elegantemente, (...) sino que a los de su familia que le hicieron proposición de si quería aspirar al premio en el estadio —porque Alejandro era sumamente ligero para la carrera— les respondió que sólo competiría en el caso de haber de tener reyes por competidores. En general parece que era muy indiferente a toda clase de combates atléticos, pues (...) jamás propuso premio del pugilato o del pancracio.
Plutarco(50-120 d.C)
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